jueves, 27 de septiembre de 2018

Perfectamente imperfecta


Así es. 
Sin trampas ni cartón. 
Sin cirugía ni falsa modestia.
Esto de vivir se hace cada vez más difícil. 
Con el paso de los años la realidad se hace más presente, 
los amigos se van cayendo del vagón de tu tren 
y son menos los que cada vez, 
suman más tus alegrías y reencuentros.
Soy terriblemente imperfecta.
Seguro que muchos de nosotros,
a lo largo de nuestra vida se ha tropezado con memos y memas. 
Dícese de esos memos amigos, memos compañeros de trabajo, 
memos parejas…que se empeñan en desprestigiar tu trabajo, 
en convencer a los demás de que tú en el fondo eres una mala persona 
y no vas con buenas intenciones, o en hacerte la vida imposible. 
Queridos memos y memas del mundo. 
Sufrís una de las peores enfermedades: la envidia. 
Esa que te come por dentro,
esa que destroza tantas relaciones humanas 
que podrían ser más que imperfectas. 
Esa que te hace cada día más agria, 
más amarga y más infeliz. 
Hay que alejarse de esos memos y memas. 
Hay que sortearlos y tener un radar de memos 
en el bolsillo para estar precavidos. 
En los chinos seguro que lo encuentras. 
Y por un “eulo”.
Soy una perfecta imperfecta que jamás calla lo que piensa. 
Y no solo eso, sino que además lo digo, lo grito, 
lo escribo y siempre voy de frente. 
Sin tapujos, ni rodeos. 
Sin cuchillos en las espaldas. 
Hoy el ser sincera es casi una ofensa para muchos 
¡tócate los cojones!. 
O lo que quieras. 
El que calla otorga…Si, quizás. 
Pero yo prefiero ser de esas perfectas imperfectas 
que dicen todo lo que piensan, 
haciendo uso siempre del respeto 
(aunque a veces me lleven los demonios).  
Porque si algo he aprendido, 
es que el derecho que una persona tiene en expresarse, 
es inversamente proporcional, 
al derecho inexistente de una parte contraria  
que reprime tu derecho a decir lo que sientes. 
¡Toma ya! 
Esto es de nota.
No soporto la gente falsa. 
Que alguien toque la puerta de tu corazón, 
te regale una caja llena de promesas que ni él mismo se cree.
O ella. No soporto la agresión gratuita. 
Ni la que se paga. 
No soporto la injusticia a cualquier nivel 
ni la libertad que hemos asumido los humanos 
para hacer lo que nos venga en gana con cada especie animal, 
con cada centímetro de este puñetero planeta que se muere. 
¿Quién te lo dijo? 
¿Quién te dijo que podías hacerlo? 
¡Maldito seas!
Amo la imperfección. 
La imperfección que nos convierte en seres curiosos, 
sedientos de ganas de seguir aprendiendo. 
Amo la imperfección que nos hace humildes, 
que hace grandes a las personas. 
La imperfección de la unión, 
de querer ser mejores cada día. 
De acabarte un libro y querer leerte otro. 
De caerte y volverlo a hacer a posta para caer mejor, 
caer de cuclillas y aprender a caer de pie. 
Amo la imperfección de esas personas que han aprendido a seguir adelante, 
creadores de recetas absurdas pero que 
¡están buenísimas joder!. 
De esas personas que decidieron no seguir el camino marcado, 
que han destacado en la historia por defender lo que creían 
y demostraron al mundo que los equivocados, no eran ellos.
Amo la imperfección de las primeras veces.
Amo la imperfección de las pequeñas cosas. 
Porque en la imperfección de vivir, 
está la auténtica perfección de convertir lo imperfecto, en perfecto.
En perfecto para ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario