Allá donde escribí tu nombre,
por donde empezó la penumbra.
La noche cayó sin remedio,
lentamente, y por tu cabello.
Esos ojos mortales,
que vivirán aún después de morir.
Levantándonos como un rascacielos,
tocando las nubes con los dedos.
No sé si era el mar, yo o tu humedad,
un río de dos almas en un solo ser,
La piel se enciende, la tuya, la mía, la nuestra,
pero ser uno más uno siempre da uno.
La piel, nuestro juez.
Allá donde escribí tu nombre,
cuando todo empezó,
no era un lazo, ni una cuerda,
era nuestro cuerpo amarrándonos,
nuestras lenguas en un vals,
removiendo telarañas.
no fueron mis labios ni tu boca,
fue el juicio del sentir.
Allá donde escribí tu nombre
donde no hay lugar seguro,
solo un abrazo,
como cuando un niño se aferra a su juguete,
un infinito carnal,
una unión en desacuerdo,
dos cuerpos, un juicio,
el de querer.
Lejos, donde escribí tu nombre.
donde no existe la felicidad,
mucho menos la tristeza,
solo la verdad.
Allí, donde escribí tu nombre,
donde estabas tú, justamente,
no eramos ni dos, ni tres, no se puede saber,
pues aún uno suena a plural tratándose de ti,
era un ''nosotros'', un ''tu y yo'',
Sí, allí, donde sigue tu nombre,
dónde estoy, donde estás,
donde está tu nombre y ahora el mío también.
Donde ya no estás sola,
donde estoy contigo,
Allá donde escribí tu nombre.
Bajo el juicio de amar.
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